Mejores tareas para la oposición
La democracia se sostiene en dos pilares fundamentales: pluralismo y alternancia.
Quien gobierna debe ser respetuoso de la existencia de estas dos precondiciones del sistema. Y aquellos no relegados sino encomendados a una coparticipación democrática del funcionamiento del Estado desde la oposición son los llamados a asegurar las expresiones diversas, plurales, impidiendo la tentación a uniformar el pensamiento.
Sin perjuicio de los aspectos positivos o negativos de la gestión gubernamental, nunca la oposición deja de ser tal. Lo primero que debe asumir con eficacia es su tarea de control, para tranquilidad de los que gobiernan y de los que son gobernados. Para esto los partidos que no gobiernan deben ser la voz de los ciudadanos, abriendo canales de participación para ir consolidando la democracia.
El partido que no gobierna debe asimismo debatir: hacia adentro de su propio seno para desentrañar las causas de su derrota y de cara a la sociedad para reconocer sus errores. Esto hacen los partidos de las democracias estables cuando nos les toca gobernar.
Se preparan para cuando llegue su turno. Forman equipos y cuadros militantes, formulan diagnósticos de problemas y propuestas de soluciones, desarrollan plataformas y se ocupan de la específica tarea de persuadir, haciendo ostensibles los errores del gobierno y procurando mostrar el valor de las ideas propias.
En esos tiempos, también los partidos se renuevan: asumen el desafío de replantear su propio ideario para adaptarlo a los cambios sociales, procuran modernizar sus prácticas de relación extramuros y también adoptan los cambios en los roles de dirección y representación de sus líderes y de sus estructuras orgánicas. Redefinen estrategias; y si encuentran sus fallas en los niveles superiores del poder partidario, se animan a descentralizarlo y a reorientar sus objetivos.
Siempre hay mucho por hacer antes que desesperarse por lo electoral inmediato o por lo inexorable. La adaptabilidad a cada tiempo y sus demandas obliga al debate permanente, pero también a no perder su esencia, a demostrar la lealtad con los principios y esas señales inconfundibles que dan la idea de identidad.
Lo que hace un partido que no gobierna es comprometerse ética y políticamente con la transformación de lo que está mal. Y lo cierto, siempre, es que no transa ni se resigna.